Tarde o temprano
Soledad lo estaba buscando y su ansiedad crecía. Sus rodillas rebotaban frenéticas debajo de la mesa mientras su inconsciente recorría posibles escapes. Los cigarrillos se amontonaban. Un remolino de olor ráncio y profundo cubría el caserón. Qué hacer, dónde ir, cómo escapar. Se escondió detrás del gran televisor, pero eso no bastaba. Buscó refugio en su nueva y amplia cocina, pero la ansiedad ganó otra vez. Vagó por restaurantes y bares de moda y no era suficiente. Al volante de su BMW partió rumbo a la playa. Si no podía huir al menos olvidar. Consumió éxtasis y agua al ritmo obsesivo de la música para sentirse, al menos un rato, lejos de esa angustia. No podía estar quieto. Se consumía y exprimiendo hasta la última gota sus recursos volvió a escapar. Se endeudó el doble de lo que podía pero tampoco, nada bastaba; estaba cansado. Conoció una mujer y salieron unos días, tal vez semanas y una mañana la vio igual a Soledad; sintió pánico. De algún modo ella conseguía aparecer, siempre, con eso de quedarse con él y que la quisiera y que la escuchara, que un poco de vida juntos y que llegaran, al menos, a un diálogo amistoso. También que parara, que no fuera tan violento. Y el ya estaba exhausto, pero sin ceder. Qué iban a decir, él, justo él, siendo doblegado.
Al final ella lo encontró. Compartieron una piecita en almagro, oscura y sin ventanas, casi vacía. Después lo mató.
oleo: gentileza de Susana Bonet
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