Asunto diario
Y así fue que Mateluna decidió fundar su propio diario. Se llamaría “El Progreso”. Conocedor del valor del público en su empresa salió a recorrer las calles para ver qué opinaba la gente de dicho nombre. ¿El Progreso? Le dijo una señora, sí, es eso que mi marido nunca alcanzó y por eso estamos comiendo lo que podemos cada día. Y continuó maldiciendo a los cuatro vientos y hablando de divorcio y de los gobiernos, pero a Mateluna no le interesaba; agradeció y siguió. Ni me lo nombre, dijo un señor de traje arrugado, me recuerda cuando perdí mi departamento, por la autopista vió, pasaba justo por ahí; ahora vivo a una hora y media del centro. Un chico pulcro y prolijo respondió entusiasmado, claro que sí, el progreso, terminar el colegio, tener un título, un master, idiomas, cursos y ganar mucha plata, y conseguir un auto como ese, señalando un Porsche convertible que veloz dejaba a una pobre vieja haciendo trompos en la esquina. Mateluna se quedó preocupado, necesitaba meditar. Manejó cuatro horas hasta la playa. Unos días lejos del ruido y el smog. Era un día tibio de sol cuando sedado por la cadencia de su ritmo, el mar le alcanzó la respuesta.
“El observador” no duró mucho, tal vez ocho o nueve meses, luego se fundió. Mateluna no volvió a intentar lo del diario, pero tuvo la intuición de que si lo hubiera llamado “El progreso”, a pesar de las opiniones, se hubiese vendido mejor.
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