No importa tu nombre
La madre de Silvina recordaría después la obsesión que su hija había desarrollado por aquel suceso. Y es que Silvina se aferraba tanto a las cosas. Su hermana siempre comentaba con la madre que Silvina no podía dedicar tanto tiempo a una planta sucia, a un arbolito mugriento, pero quien sabe cuidar una planta puede cuidar un amor, acotaba la abuela. Y Silvina, pobre, porque siempre que nombraban a Silvina después decían “pobre”, había canalizado su esperanza en esa plantita. La vecina que vivía con la oreja en el departamento vecino, en los gritos y los golpes, haciendo su telenovela en vivo, buscaba una pausa de respiración para meter bocado. Es que una no puede evitar escuchar, y esa muchacha... Y repetía todo con tono y ruidos como si tuviera una grabaación, y la madre le pedía una repetición más buscando detalles. La policía escribía en la desdentada máquina que "la Señora Silvina se negaba a abandonar el recinto del siniestro en cuestión y el consorcio del mobiliario solicitó intervención a la seccional". Y es que el arbolito ese, decía el encargado, ya tenía dos metros treinta de alto y las raíces clavadas en el parquet. El vecino de abajo, con las condolencias del caso, y en medio de la policía y la vecina y la madre, traía una carta documento para que le pagaran el techo, o lo que quedaba del techo, y, lástima lo que pasó con la muchacha, pero a mi me arreglan este quilombo. Del edificio de enfrente las cámaras de televisión filmaban "el caso de la semana", con treinta y cinco puntos de rating, mostraban la tragedia del árbol, el extraño suceso de ramas que salen por las ventanas, y así lo sentenciaba la periodista con ojo de circunstancia, y debatían especialistas, catedráticos y urbanistas. Abajo, en la vereda, asociasiones ambientalistas agitaban banderas y pancartas a la voz de no asesinemos el planeta y un grupo de piqueteros atraídos como moscas por las luces se agolpaban manifestaban también por alguna causa. Una niña que justo pasaba por ahí con su mama vio aquel espectáculo. Observó las cámaras, las sirenas, los gritos y las quejas. Después apuntó sus ojos a aquel árbol, enorme, que cortaba el ritmo vertical del edificio con unos dedos huesudos que buscaban alcanzar el cielo; y comenzó a llorar. Su mamá, sin entender, le preguntó: ¿Qué te pasa Silvina?
2 Comments:
mis felicitaciones. Es un muy buen cuento. Bien escrito, fluído... etc.
Saludos
:D
Este cuento me gusta mas que los otros... en el mundo de los blogs se encuentran grandes joyas. felicitaciones.
http://almaylatido.blogspot.com
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