lunes, marzo 02, 2009

Pequeñas delicias

Estás en la mesa. La conversación general se empieza a alejar. Dos hablan por acá, otros tres por allá. Tienes la expresión dibujada, tus ojos siguen las bocas que se mueven, pero tus pensamientos van por otro lado. Imaginas tu mano derecha, la proyectas por un minuto con un movimiento fugaz en busca de aquello. ¿Qué sucedería si lo haces? ¿Cuanta confianza verdadera existe en este grupo para anular una posible crítica?. Miras una vez más de reojo al resto. Parecen seguir inmersos en la charla. Tu deseo crece y se expande, tienes miedo de que alguien lo note. ¿Qué pensarían?. Casi seguro hablarían de ti al regresar a sus casas, de tu actitud egoísta, de tu incapacidad de contenerte.
Justo enfrente está ella. Sabes bien que tiene un poder especial para cambiar el clima de una reunión, que no es lo mismo cuando está presente. La critican, la evitan, pero sin embargo sucumben cuando está ahí. Le sonríen, le hablan. Quizás sea su seguridad, quizás. Te hace sentir menor, manejable, descartable. No comprendes. Ellos no la quieren, pero la adoran, la evitan pero la buscan. Pero esta vez tu lo viste primero, ahí sólo, esperando ser capturado. No vas a dar espacio. Sonríes ante un comentario que no escuchaste pero del que todos rieron. Vuelves a pensar en tu mano derecha. Tiembla levemente, titubea. Comienza a subir hacia la mesa. Tu visión periférica controla al resto y el campo parece libre. Es el momento.
De repente un movimiento de ella eriza tu espalda, hay algo en su lenguaje corporal que activa tus alarmas. Fue una leve inclinación acompañada de un más leve giro de la cabeza, pero ahí hay algo. ¿Habrá visto la oportunidad igual que tú?. Te inclinas de forma casi imperceptible, tu cuerpo, tu brazo y tu mano, que descansa atenta arriba de la mesa, se acomoda en posición estratégica. Sientes el cosquilleo del sudor en tu frente. Sigues sonriendo sin saber a qué, asintiendo con la cabeza a un murmullo que esconde tu obsesión, tu objetivo. No hay más tiempo, debes avanzar, enfrentarte a las posibles miradas furtivas, a las medias sonrisas de desaprobación. Lo quieres cada vez más. Es lo único que quieres y pagarías por él, pero ahora, no antes, ni después, ya. Todo tu cuerpo lo quiere.
De repente ella hace un movimiento maestro, que parece casual. Y lo toma con un latigazo perfecto. Esa perra maldita. Nadie la va a criticar más o menos que antes, y lo sabe. Toda tu frustración se te acumula en la boca del estómago, sigues sonriendo con bronca, con las mandíbulas selladas.
Bajas la mano. Sientes cierta verguenza. Transpiras. Perdiste el tiempo, la oportunidad, el momento. Esa egoísta, oportunista, descarada. Pero fuiste tú, tu vacilación, tu culpa. Perdiste. Perdiste aquel último brownie.

miércoles, julio 04, 2007

Como en el aire

La velocidad me hunde. Unas falsas cosquillas de ansiedad van del estómago hasta la garganta. De repente siento algo que debe parecerse a la nada. Es un zumbido constante, como el ruido de una ola que no se va, que quedó encerrada en un caracol, y es todo. Cierro los ojos y la escucho mientras el piso vibra. Entonces me doy cuenta de que no estoy en ningún lado, no estoy en una ciudad ni en un país y por eso no hay gobiernos, ni televisión, ni otros. En realidad hay muchos otros pero no son “mis” otros así que no cuentan. Estoy suspendido en un instante sin tiempo, donde estoy indefenso y aislado. Las luces y las sombras están abajo, a miles de kilómetros contando cada una otra historia que mientras escribo va cambiando. Vibro. Vibra el piso, la mesa, las ventanas y siento el frío húmedo y atento en las manos. El líquido oscuro de la copa baila tranquilo y suave de lado a lado. Parece reirse de mi incapacidad de manejar la situación. Vuelvo a cerrar los ojos y me imagino en un jacuzzi donde los chorros de agua me mueven de un lado al otro. Y vuelve el sonido de la ola y respiro. Inhalo, exhalo despacio. No sé cuanto tiempo pasa. Suena un timbre y un olor comienza a invadir el espacio que me protegía. Ya no hay movimiento, ya no hay jacuzzi. Escucho tintinear botellas y tengo hambre. Abro los ojos y veo venir por el pasillo, arrastrado por una especie de barbie congelada, el carrito de la comida.

martes, julio 03, 2007

El libro azul

Son las 2 de la mañana y prendo otro cigarrillo. Quiero escribir algo en mi blog pero no me sale nada. Al lado mio el perro duerme aplastado contra el piso. Es envidiable. En diagonal miro la calle; una persona pasa caminando. ¿Dónde va alguien a las 2 de la mañana?. Me visto y bajo. Empiezo a caminar por Callao rumbo al Congreso. Hace un frío del sur en Buenos Aires. Pasa un taxi que me mira con ansias pero yo sigo mi rumbo. Algunas cuadras adelante va el tipo que vi por la ventana.
Llego a Corrientes y sus luces me desvían, el olor de una librería y la soledad de la noche me alientan a entrar. Detrás del mostrador un tipo con ojeras de muchas noches fuma sentado al lado de un calentador. Buenos Aires todavía tiene el lujo de una librería abierta a estas horas. Son las dos y treinta.
Un librito de tapa azul, usado, me llama la atención. Está pegado con cinta en su canto. Lo agarro con cuidado y veo que tiene una impresión barata con las hojas mal cortadas en sus extremos. Nada es regular. En su primera página se lee "porque en la noche todo es cierto". Lo compro por diez pesos.
Regreso por Rodriguez Peña leyendo de a partes entre las pocas luces de la calle que funcionan. Sigue el frío y ahora hay viento pero estoy ensimismado en la historia.
En la tercer página el libro comienza a relatar la historia de un tipo que va caminando por la calle, como me pasa a mi. Siente que lo siguen y comienza a caminar más rápido mientras el humo helado se le acumula en la boca como palabras sordas. Un sentimiento que no puedo describir me detiene. Miro. Retomo la lectura donde el tipo dobla sin pensar en una calle apenas iluminada y apura más el paso. Cada vez más humo frío sale de su boca y puede sentir el latido del corazón en la garganta. Tiene un mal presentimiento. Finalmente su perseguidor dobla y desaparece. Respira. Vuelve a su rumbo original y las dos cuadras, como si fuera un espíritu, lo ve. Por un segundo no siente el frío ni la noche, pero tiembla. Lo sigue con la cabeza y le parece que esta vez no lo está siguiendo. El tipo está con un libro en la mano de tapa oscura. Cierra el libro, se detiene y levanta la cabeza. El le sigue el rumbo de los ojos y ve como un tipo con la cara iluminada por un monitor lo mira desde una ventana, y se levanta.

lunes, junio 25, 2007

Salida de emergencia

Sabía que lo iban a estar esperando para el brindis. Por eso dejó una nota escueta, para tranquilizarlos.
Cuando salió la avenida era una cinta negra, sinuosa e inservible, que los faroles delineaban de ámbar. No temblaban los pisos ni aturdían las bocinas. Se respiraba liviano. Sólo un pájaro desorientado piaba seis horas antes del amanecer.
Un ansioso tiró el primer fuego artificial, rasgando la negrura. Al rato se sumó otro y otro más, y fueron cientos. Él se imaginó a las familias saludándose, festejando, porque la esperanza es lo último que se pierde. Se imaginó a su familia, esperando en el patio con las copas vacías, que él llegara con la botella. Se imaginó fingiendo una vez más con una tía que ve cada par de años, o con algunos viejos que sólo veía en ocasiones anuales. Se imaginó las ofertas, los shopping como hormigueros, los saludos de compromiso en mensajes de texto o en correos electrónicos.
Sólo le faltaban dos calles para llegar. Y pensó en los ciclos. En como todo se repite. Como todo gira y en el giro marea y adormece a todos. Pensó al mundo con cara de caballo en busca de la zanahoria siempre por venir, despilfarrando el tiempo y durmiendo sus sentidos. Pensó que hacía bien, que no era él quien iba a contramano.
El muro no le pareció tan alto. Un poco de esfuerzo, algún calambre leve y ya estaba del otro lado. Era extraño, cualquiera hubiera dicho que dentro de esa jaula, habitada por sombras y bichos horribles, era peligroso entrar. Sin embargo el jardín botánico lo recibió expectante y amable. Pasados unos minutos los gatos le rodearon las piernas y los insectos reanudaron su canto. Respirar verde le abrió los pulmones y la noche fue de mil colores, reales. Las enormes sombras de pronto lo protegían.
Del otro lado del muro se comenzaron a escuchar algunos coches devolviendo familias y ebrios a sus casas. Entonces abrió el champagne con cautela, para no invadir, y brindó con un gran trago. Brindó por todos aquellos que estaban del otro lado del muro.

martes, diciembre 26, 2006

Sub terraneo

Me miro los pies. Tengo las uñas largas y no tengo con qué cortarlas. No había pensado como algo trivial se convierte en complicado cuando uno está fuera de su entorno, de sus cosas, de su pasado. En este cuarto pesa la humedad en las sábanas, los pulmones se contraen como evitando el aire y el viento molesta a las ventanas desvencijadas que me molestan a mi y no me dejan dormir. Enfrente la estación constitución parece en pausa, aunque uno sabe que sólo poner un pie por ahí significa - si la suerte acompaña - que te roben, sino que te maten. Pasa un bondi. Los pocos dientes desparejos de la ventana, iguales a los del dueño de la pensión, dibujan imagenes surrealistas en el texto. No puedo dormir. Fumo. Escucho los zumbidos de algunos autos, y abro los ojos. Veo. Mis ojos se acostumbraron a la noche o ya está empezando el día. Me imagino las luces de la 9 de Julio con el amanecer y el rocío, también los diurnos que van para su trabajo. Los animales nocturnos que empiezan a desaparecer en la otra ciudad, la del sol. Me tiro de nuevo en la cama, nadie sabe que estoy acá. Pero saben porqué no estoy más con ellos.

sábado, julio 29, 2006

No importa tu nombre

La madre de Silvina recordaría después la obsesión que su hija había desarrollado por aquel suceso. Y es que Silvina se aferraba tanto a las cosas. Su hermana siempre comentaba con la madre que Silvina no podía dedicar tanto tiempo a una planta sucia, a un arbolito mugriento, pero quien sabe cuidar una planta puede cuidar un amor, acotaba la abuela. Y Silvina, pobre, porque siempre que nombraban a Silvina después decían “pobre”, había canalizado su esperanza en esa plantita. La vecina que vivía con la oreja en el departamento vecino, en los gritos y los golpes, haciendo su telenovela en vivo, buscaba una pausa de respiración para meter bocado. Es que una no puede evitar escuchar, y esa muchacha... Y repetía todo con tono y ruidos como si tuviera una grabaación, y la madre le pedía una repetición más buscando detalles. La policía escribía en la desdentada máquina que "la Señora Silvina se negaba a abandonar el recinto del siniestro en cuestión y el consorcio del mobiliario solicitó intervención a la seccional". Y es que el arbolito ese, decía el encargado, ya tenía dos metros treinta de alto y las raíces clavadas en el parquet. El vecino de abajo, con las condolencias del caso, y en medio de la policía y la vecina y la madre, traía una carta documento para que le pagaran el techo, o lo que quedaba del techo, y, lástima lo que pasó con la muchacha, pero a mi me arreglan este quilombo. Del edificio de enfrente las cámaras de televisión filmaban "el caso de la semana", con treinta y cinco puntos de rating, mostraban la tragedia del árbol, el extraño suceso de ramas que salen por las ventanas, y así lo sentenciaba la periodista con ojo de circunstancia, y debatían especialistas, catedráticos y urbanistas. Abajo, en la vereda, asociasiones ambientalistas agitaban banderas y pancartas a la voz de no asesinemos el planeta y un grupo de piqueteros atraídos como moscas por las luces se agolpaban manifestaban también por alguna causa. Una niña que justo pasaba por ahí con su mama vio aquel espectáculo. Observó las cámaras, las sirenas, los gritos y las quejas. Después apuntó sus ojos a aquel árbol, enorme, que cortaba el ritmo vertical del edificio con unos dedos huesudos que buscaban alcanzar el cielo; y comenzó a llorar. Su mamá, sin entender, le preguntó: ¿Qué te pasa Silvina?

miércoles, enero 11, 2006

Repeticiones

Y allí había un país. Y en el una ciudad y en la ciudad un barrio y en el barrio una empresa. Y ahí yo, que era un caballo. Y estaba esperando que mi peón terminara de hacer su movida para llevarlo al lugar que él tenía que ir cuando, por error o no, una torre me pasó zumbando las crines y me tiró afuera. Y mi peón se quedó sin poder moverse, ni jugar. Y yo me encontré de golpe en un mar desordenado de fichas donde tampoco pude seguir viendo lo que estaba pasando en el tablero de al lado, ni de al lado, ni de al lado.

miércoles, diciembre 28, 2005

Seré breve

Me pidieron que fuera breve y lo primero que mi cabeza discurrió fue el pequeño epíteto de dos sílabas que era el centro neurálgico del pedido. Breve. Rebusqué entonces en las cosas breves para no excederme pero tampoco quedarme corto. Breve. Tuve que disociar el concepto en dos mitades para entender el tiempo de la brevedad, lo que tarda o lo que dura, una palabra es breve, pero el efecto que produce puede no serlo y entonces supero el tiempo de acuerdo al efecto, aunque el efecto también puede ser tan perentorio como la última letra de la palabra y ahí perdería un tiempo precioso. Breve. La juventud es breve pero nadie sabe donde termina, y sin embargo dicen que es breve, y dura años. Si duro años nadie me querrá escuchar y seré yo el breve en el recuerdo de la gente. Pero algunos recuerdos no son breves, en realidad sí lo son en cuanto a sustancia misma porque duran poco, cuando regresan, pero vuelven luego de un tiempo y entonces tampoco se los podría tildar de breves. Pasarla bien es breve, si les gusta lo que escucharán lograría la tan deseada brevedad pero si no, si resulto denso dejo de ser breve y a mí sin embargo me piden que sea breve. Pero no me dicen para quién, para ese señor o para la chica del fondo. Tampoco me dicen para cuando. Si señores del jurado, ya sé, no tengo más tiempo.

lunes, noviembre 14, 2005

Acción sin tiempo

Tu miedo y mi miedo. El riesgo y el escape en juego por una sensación de libertad momentánea. Un paso al no regreso, a la culpa, al deseo de posibilidades. Cara de engaño; cáscara de adrenalina pura en mi cuerpo, tal vez en el tuyo también. Sólo un minuto para el error, un error sin amarras. No yo, no vos, pero los dos. Cómplices.

Tu mirada astuta y tímida; tu juego y mi error. Mi juego. Una estrategia perfecta, maestra. Jaque a la reina y jaque al rey en un mismo instante, en un segundo, fatal, del universo. Con los sí tácitos, inocentes, o salvajes. El eclipse.

Aquel taxi. Tu análisis, mi casa, tu reojo, mis fantasmas, tus fantasmas. Cuántos más que vos y cuántos más que yo: fichas de este juego. Fichas de huellas indelebles.

Velas y el cuarto oscilante entre amarillos y naranjas. Un piano en el fondo y el aroma del sudor. Cadencia, cadencia, cadencia sin mente. Mucho cuerpo. Tu sonrisa clara, mis ojos locos. Risas cómplices y transpiración, excitación y fuego. El reflejo tenue de tu pierna, o de la mía o de las dos, como hiedras entre las sábanas. Relax y ensoñación en el aire.

El día por las rendijas de la cortina. Restos húmedos. Tu camisa, el piso frío y mis zapatos. Sabor agridulce de la noche contra el día. Ojeras de realidad. Explicaciones.
Semáforos rojos, intensos, acusadores. Tu novio y mi mujer. Silencios. Pensamientos. Muescas racionales. Instintos livianos. Tráfico, diarios y revistas, olor a pan y los chicos a la escuela.

Todo tan gris, todo tan diurno. Tan rapaz. Y excusas.

viernes, octubre 21, 2005

El principio

Si hay mala suerte cada tanto es que hay buena suerte mucho tiempo. O no existe la suerte y es el azar el está siempre presente. Bueno, ese día el azar me quiso hacer acordar que existe y que todo pasa por él.

Era una noche cualquiera y llegó así, sin avisar y sin poder prepararme. Vino mesa por mesa mirando las caras de bodegón hasta dar conmigo. Habrá dado una, dos o tres vueltas a mi alrededor, se habrá preparado; sentí el cachetazo. Nunca esperé tal golpe, tampoco entender que un segundo fuera tan extenso para abarcar tantas cosas. Y yo que me reía de esas escenas de ambiente ralentado en las películas, estaba en una de esas, zumbando mis oídos, ahogado de acción. Como una sombra, como una decisión, se pegó a mí hasta fundirse. A veces calmo, otras insoportable. Lee lo que escribo, mira lo que veo, opina. Otros lo llevan también consigo, lo veo. Encuentro con algunos ese tácito lenguaje, casi secreto donde sobran las palabras.

Hoy la convivencia con él es una tensa calma. Sólo si me sorprende me vuelve a mostrar sus colmillos afilados antes de atacarme con un golpe de vacío. Pero también me hace bien. Aunque preferiría no tenerlo, cuando todo gira a mil por hora y la mente se embota en nimiedades, lo voy a buscar. Está por los cajones, o enredado entre la ropa, o escondido en una foto, o en el espejo. Es ahí cuando me devuelve al centro. Cuando ni su cuerpo de espinas que adivino, ni su perfume denso, empalagoso, ni sus dientes afilados, logran doblegarme.

lunes, septiembre 12, 2005

El Loco de la Casa

El loco de la casa (aunque el descriptivo fue agregado luego) fue desde el principio un enigma para todos. Heredero directo de su padre se había ocupado de administrar la propiedad más grande y suntuosa de la ciudad. No es menester de este relato enunciar los caminos recorridos por su familia para hacerse del caserón, sí, que había despertado desde su llegada acalorados debates sobre su accionar. La gente opinaba, como sucede frente a algunas decisiones, que era muy inteligente o muy estúpido.
La casa era tan grande que había albergado varias generaciones de otras familias que, temerosas de perder sus beneficios, habían asumido su incapacidad de análisis de la realidad de manera casi genética. Eran familias numerosas. Muchos niños, adultos y ancianos, deambulaban diariamente mezclados entre la servidumbre, y viviendo esa casa como el centro de la ciudad, tal vez del mundo e incluso llegando algunos a creer que el mundo mismo era esa casa. Por eso el loco aprovechó esta situación. Su estrategia fue simple: dividió a sus huéspedes en tres grupos. Uno de ataque externo, los más pequeños, quienes por estar cargados de energía juvenil y rebeldía efervescente resultaban fácil de encauzar. Su misión era la constante intervención dañina en los patios vecinos, sobre todo aquellos con buenas tierras para el cultivo y la expansión. Otros, los de ataque interno. Para esto eligió a sus criados y sirvientes para que regaran sus ideas en forma de confidencias y relatos entre los terceros, que eran el resto de los habitantes de la casa y a la vez quienes repartían el mensaje en la comunidad con la credulidad inocente de los sumisos.
En la ciudad los vecinos se dividían opiniones. Algunos prosperaban como proveedores de la gran casa y eclipsaban sus opiniones con sus ventajas, otros sufrían las incursiones de tono infantil pero destructivas y despotricaban a los cuatro vientos. El loco, mientras, permanecía escondido en su desván, arriesgando cada vez más por la facilidad con que se desarrollaba el proceso.
Con los años la casa creció desmesuradamente hasta parecer una catedral gótica que observaba la ciudad desde la cima de un monte, bañandola de una sombra tensa. También crecieron los recelos y los oportunistas. Y paso lo peor.
Una mañana como cualquier otra un temblor sacudió todo. La ciudad lo vivió como el fin del mundo aunque fue sólo en esa zona. La tierra comenzó a moverse como una odalisca poseída pero en lugar de sonar los collares y pulseras sonaban los ladrillos y las tejas contra el piso y los techos de los autos. Fue un temblor corto pero letal. Las pequeñas casa de la ciudad sufrieron algunas heridas pero la gran casa se llevó la peor parte. Al principio sólo fueron ruidos profundos y negros, hasta que las débiles bases se resintieron y detonaron una pequeña pero incisiva destrucción en cadena. Estallaron los vidrios de los grandes ventanales salpicando de fragmentos a algunos moradores. Como víboras se sacudieron al aire los caños de agua y luz. Los sirvientes, viejos y cansados, buscaban desesperadamente una forma de atender los heridos que se pisaban entre ellos incrédulos y sudando sangre, intentando escapar. Los chicos, que hubieran ayudado con su agilidad, estaban apostados en los jardines usurpados, y la ciudad azorada, sufría viendo ese sueño tan efímero como irreal desarmándose. El agua comenzó a cubrir cada espacio y el gas de las grandes cocinas (porque tenía varias) a mezclarse con el oxígeno. Pequeñas explosiones provocadas por las estufas se asomaron azules por los grandes orificios del primer piso. Aullidos humanos brotaban desde el interior. El loco, como sumido en una contemplación espiritual, observaba la escena como una película, sin emitir palabra. La comunidad se unió ofreciendo su ayuda, sincera y sarcástica, pero el loco no respondió. Creía tal vez que su casa, o su ego, podían resistir cualquier embate. Los proveedores de la casa, viendo que no podrían vender más, se unieron a los usurpados y quitando el velo de la hipocresía alzaron su verdad contra el loco, la casa y sus moradores, que hasta el día anterior saludaban amablemente. Los chicos golpeados por la trágica pintura maduraron de un golpe de realidad terrible. Los criados se alejaron rapidamente, mientras la casa se hundía, y desparecía. Cuando todo terminó, algunos de los más críticos vecinos de la ciudad corrieron a recuperar sus terrenos, y aprovechando, más también. Luego lucharon ferozmente para ver quien conseguía primero construirse una gran casa.

viernes, agosto 19, 2005

Enemigo Intimo


Frente a él tenía una pared, ¿derecha o izquierda?. Dobló instintivamente a la derecha y vió a sus padres, pero no eran sus padres aunque los sentía como sus padres. Extrañado dio dos pasos para atrás y se fue por la izquierda. En su camino dos experiencias pasadas aparecieron como grandes errores, con dientes afilados y rabiosos, amenazantes. Antes de que se avalanzaran dobló por una esquina y se encontró con un fracaso. Era altísimo. El no lo recordaba así, había sido sólo una experiencia enriquecedora, pero ahora era un gran fracaso que tenía que superar. Saltó intentando escalarlo y el gran esfuerzo le hizo inflar y doler músculos desconocidos. Cayó con todo el cuerpo del otro lado absorviendo todo el aire posible para saciar sus pulmones. Se limpió las gotas de sudor que cubrían sus ojos y quedó helado. Delante de él se levantaba la ambición, mostrando sus garras y toda su repugnancia. La baba le caía a chorros por los costados de la boca . ¿Qué estaba pasando?. El la recordaba graciosa y casi insignificante pero ahora era irreconocible, deformada, feroz. Esquivó los manotazos de uñas afiladas por un milímetro y pasando por debajo de sus patas velludas siguió por ese pasillo. Al final vio una puerta, con el aliento de los monstruos en su nuca y las últimas gotas de adrenalina se avalanzó hacia ella. Tenía el cartelito de salida. Cuando la alcanzó tuvo algunas dudas pero una inminente autodestrucción lo decidió. Supo que tenía que dejar aquel lugar, aquella chica.

lunes, agosto 15, 2005

La letra chiquita


Otra vez estaba enfermo, a los 232 años era comprensible. Seguramente se había agarrado algún virus durante la última semana. Siempre había un nuevo virus dando vueltas; los excluídos de la consola se las ingeniaban para regarlo cuando podían. Cuando salió el scanner por el oído derecho (porque había entrado por el izquierdo) el resultado fue concluyente: no había un antivirus para esa forma que habitaba ahora en su cuerpo. Como todavía le quedaban algunas clonologías cerró fuerte los ojos y se comunicó con el hospital. Al cabo de unos segundos lo conectaron con el centro y luego de las preguntas de rigor (como el nivel de masa muscular al momento actual) le fijaron un turno para el siguiente año, el 3 de febrero del 2045.
Al llegar la fecha todo estaba preparado. Como antes vió al otro él tirado inerte en la camilla derecha, que cansador, pensó, aguantar esto una vez más. Por lo menos esta vez tardaron menos en armar el repuesto. El repuesto era igualito a él pero totalmente analfabeto y torpe como un niño. Los conectaron con la interfaz de transmisión y luego de un profundo sueño plagado de imágenes el otro se levantó. Miró al cuerpo que yacía al lado, firmó la orden de desecho del enfermo, recordó algunas cosas para probar el éxito del proceso, agradeció al jefe de clonología y se fue. La mayoría de las operaciones eran ambulatorias porque era muy costoso mantener cuerpos enfermos. Nuevamente se sentía vital y sano.
Al tiempo decidió poner un poco de orden en su casa para hacer lugar para su nueva colección dataconomía. Arrojó al fuego un viejo cuaderno con notas e ideas que le parecieron estúpidas y unos albumes de fotos (en papel) de unos viejitos sonriendo.
La letra chiquita decía que en estas intervenciones se perdían algunos elementos básicos, pero no le preocupó, nadie se preocupa por la letra chiquita.

sábado, agosto 13, 2005

La esquina de los besos

La esquina de México y Defensa era conocida como la esquina de los besos. Cada vez que una pareja pasaba por ahí, si existía entre ellos algún atisbo de amor, un beso surgía espontáneamente. Podía ser en la mejilla, en la mano, en los labios, eso no importaba. Los del barrio conocían este secreto por eso algunos maridos esquivaban la esquina con ingeniosas tretas (pero sólo con sus mujeres), las monjas cruzaban de vereda, los del bar de enfrente levantaban apuestas y los muchachos de la barra aprovechaban. Cuando Mateluna cumplió los 17 le contaron. Salió rajando a buscar a la hija del panadero de la calle Balcarce, que le quitaba el sueño, y la encontró charlando con una amiga. Las tuvo que invitar a las dos a la heladería. No importaba, si no tenía éxito al menos si una excusa para no quedar mal con los muchachos.
Nadie sabe bien qué pasó después, sólo que al pasar los tres por ahí hubo más de un beso y que Mateluna nunca más pisó ni habló de esa esquina.

jueves, agosto 11, 2005

Gravedad

Mateluna trabajaba en el Ministerio de Trabajo en ese momento, por eso tenía muchísimo tiempo para leer. Una tarde, sumido en la lectura, sintió que sus pies estaban apenas separados del piso. ¿Podía volar?. Se deslizó oblicuo hasta la ventana y salió. Sus compañeros miraron sorprendidos cuando él los saludó con la mano desde el noveno. Sobrevoló primero la periferia y luego se fue animando a más. La ciudad era otra cosa desde arriba, parecía un cuerpo viviente con venas agitadas. Un cuerpo sano y ágil, dinámico, vigoroso, perfecto. Un sólo cuerpo formado de gente. Recorrió la 9 de Julio, el obelisco, y retomó en contramano por Corrientes; dobló por Callao hasta Santa Fé y giró en circulos; en el camino se deleitó con los chicos saliendo del colegio, los abuelos en la plaza, la chica piropeada que se reía, el paseaperros, los empresarios apurados, y miles de otros detalles que en conjunto hacían una sinfonía única, inigualable. Qué distinta es esta perspectiva, pensaba Mateluna, parece otra ciudad. Siguió luego por Callao hasta Libertador, le dedicó una sonrisa a los gusanitos de Retiro y avanzó por Alem hasta el ministerio. Fue bajando desde el doce, once, diez, nueve.
La ventana estaba cerrada y trabada. Desde su escritorio lo saludaba aquel que él tanto había recomendado.

La Lucha


Casi no dormía. Su meta se había convertido en una obsesión por transformar la realidad, nuestra realidad, decía. Cuando hubo subido el primer escalón se dio cuenta que para él no era tan complicado, que tenía mucha energía y carisma, y que donde otros fallaran él podía llegar. Primero fue en el grupo barrial, luego en la facultad, después vino la afiliación y el trabajo incansable; sin detenerse, sin parar, noche tras noche, sin fines de semana, ni vacaciones porque la realidad no da tregua y ¡hay que pelear hasta el final!, gritaba enardecido, enardecido con su propia voz, porque si nosotros, los que tendremos que dirigir el país paramos, ¡entonces el país mismo se para! y golpeaba la mesa, y regresaba a su cuarto donde un torrente de ideas lo asaltaban, y las escribía a todas, en carpetas verdes, azules y amarillas, no había horas, minutos o segundos donde su cabeza no revolviera opciones, opiniones, lecturas de los más grandes filosósofos, sociólogos y estadístas; no había tiempo que perder, y ahora las elecciones se acercan y yo figuro ahí vieja, le decía a la fotito, y voy a representar al pueblo y a la gente que me necesita, entendés, y sus ojeras crecían y sus carpetas se multiplicaban, y llegaron los comicios, y ganó; viste viejita gané, viste que podía ganar, yo sabía, y corrió a comprarse trajes, camisas, corbatas, unos gemelos de oro con sus inciales, zapatos carísimos y un sobretodo y se presentó en su primer día en el congreso, casi con lágrimas de tanto cansancio, de tanta lucha, y vio su banca y arrojó sobre ella los papeles y se sentó. Y descansó.

miércoles, agosto 10, 2005

Las hormigas


El presidente de los Estados Unidos era un hombre de pocas palabras y mucha acción. Recuerdo que en un viaje, sobrevolando el medio oriente, se asomó por la ventana y me dijo, “mirá, parecen hormiguitas”. No se si fue el comentario o el diminutivo, pero me enterneció. Recuerdo que luego aterrizamos y recorrimos las calles, calles de hambre, de dolor, de opresión, y no hablamos del tema. Recuerdo también que la otra mañana, revisando por enésima vez los planes, se asomó también por la ventana y mirando las calles me repitió: “mirá, parecen hormiguitas”.

martes, agosto 09, 2005

Irreconciliable

El discurso del Presidente Kirchner era muy certero, llegando a las fibras íntimas de cada alma que se agolpaba frente a su palco. Levantaba la mano y lanzaba epítetos como flechas sobre el tema en cuestión. Mirando hacía un lado y otro, o los dos al mismo tiempo.
De repente un bondi 62 pasó por ahí y los dejó a todos bañados en humo negro y smog, tanto que tuvieron que refregarse los ojos para poder ver. Parecían animalitos negros de anteojos blancos. Y pasó justo en el climax del discurso, justo cuando Ntro. señor presidente decía "Por eso apruebo la ley antitabaco, para tener una Argentina verde, una Argentina libre de humo". Y todos aplaudieron.

(Inspirado en : El gobierno nacional enviará hoy al Congreso su proyecto de Ley Antitabaco - Nota de tapa, Página 12 del 9/8/2005 - )

lunes, agosto 08, 2005

La resistencia

Entrar en el bar me produjo una catarata de recuerdos. Recuerdos simples y hondos. Recuerdos de olores y sabores nostálgicos que habían estado latentes en algún rincón de mi memoria; de tardes interminables en charlas con amigos, que se hacían madrugadas entre vino y humo. Cada fin de semana arreglábamos el mundo. Resolvíamos los entuertos políticos, armábamos selecciones de fútbol, enjuiciábamos experiencias amorosas y nos peleabamos y amigabamos varias veces; y detrás de la barra, como desde un balcón, siempre el gallego. Con la cara agrietada por los años y por el ininterrumpido trabajo. Siempre ensayando formas de renovar, aunque sea un poquito, ese bar que tambaleaba entre los maremotos que dejaban los ministros de economía. Ahora lo veo de nuevo allá atrás, con los ojos hundidos, tristes. Vacíos como el bar. Y no me reconoce. Poca gente acelerada entra y sale. No se conocen, no se saludan. Entran con mochilas llenas de problemas y escasas de tiempo. Y el gallego está triste y el aire también. Tantos años, tanto esmero y tanta vida que hoy agoniza. Cuando el gallego se me acercó casi lo abrazo, pero me contuve. No se dio cuenta. Lo miré con una sonrisa que me salió desde el fondo, llena de cariño cómplice. Me dejó el cortado y me dijo "¿No quiere, hombre, por shincuenta shentavos más acompañarlo con un pashtelito de membrilio?" No quise darme a conocer, tuve miedo de matarlo de tristeza.

foto: gentileza de Tanthe

Siempre hay uno dando vueltas

Le habló mucho de él. Le dijo que era un gran tipo y que tenía razón, que tenía toda la razón del mundo. También que gente lógica, como él, era dificil de encontrar. Que era una suerte tenerlo como amigo, a él que entiende de situaciones ajenas, que siente. Que lo ayudaba y con esa ayuda le permitía todavía soñar un tiempo más; él que le ponía siempre el hombro cuando las cosas no le salían. Y terminó con qué no sabría que hacer sin él, un tipazo de aquellos, de aquellos que quedan pocos. Y con un apretón de manos de esos que dan escalofrío, juró y perjuró que ni bien tuviera le devolvía todo, hasta el último peso.

Nada nuevo

Mateluna se enteró de la supercomputadora de escritos y fue corriendo a pedir turno. Cada vez que terminaba de escribir un cuento le parecía común, obsoleto, repetido, pero ahora tenía una esperanza. Cualquier palabra o idea tipeada en la supercomputadora devolvía todos los textos sobre el tema. Encontrar una idea original parecía fácil: sino había resultados el asunto sería algo nuevo y él, el primero en escribirlo. Pasó eternas jornadas buscando el deseado resultado “cero”, pero nada. Incluso jugó con las palabras para comprobar el sistema; escribió por ejemplo: el ojo tuerto, la esquina de la esquina, honestidad política; todas devolvían miles de resultados. Hasta lo más inverosímil estaba escrito, pero Mateluna no se resignaba. Pasado un tiempo una idea cruzó por su cabeza, probaría la inversa. Cuando volvió buscó solo aquellas palabras que más resultados tuvieran, aquellos temas sobre los que se habían escrito millones de textos, su lista fue corta: amor, verdad, belleza, muerte y justicia. Motivado se lanzó frenéticamente a escribir sobre estos temas de los que nadie entendía. Llegó a ganar algunos premios, incluso uno fue “mejor idea original en prosa”.

sábado, agosto 06, 2005

Las caras de la paz


El asesino había llegado. No tuvo ninguna preocupación de ser oído, al contrario, hizo muchísimo ruido. Fue tanto que los moradores corrieron espantados. Porqué nosotros, gritaban entre lágrimas de terror, que no tenemos nada, que somos sencillos y no molestamos a nadie. Pero las elecciones del asesino, por muy complejas o estúpidas, nunca se entendían. Con su olor a muerte avanzó por cada rincón, por cada grieta, exponiendo una violencia inusitada. Rompió los álbumes de fotos, la cuna de un bebé, las bicicletas, los cuadernos del colegio, la cajita de recuerdos voló por el aire, no dejó nada a su paso. El chofer del asesino, sabiendo que no lo tendría que llevar de vuelta (porque no tenía sentido), escapó cobardemente salvando su pellejo de una muerte segura. Aparte, alguien tenía que volver con la noticia. En el control de asesinos festejaron; todos habían sido aniquilados o mutilados y ahora la paz reinaría. El chofer murió de viejo en el 2004, sin remordimientos y con su familia. Hasta su último suspiro relataba feliz su vuelo en Hiroshima.

imagen del pintor Alirio Rodriguez

viernes, agosto 05, 2005

Asunto diario

Y así fue que Mateluna decidió fundar su propio diario. Se llamaría “El Progreso”. Conocedor del valor del público en su empresa salió a recorrer las calles para ver qué opinaba la gente de dicho nombre. ¿El Progreso? Le dijo una señora, sí, es eso que mi marido nunca alcanzó y por eso estamos comiendo lo que podemos cada día. Y continuó maldiciendo a los cuatro vientos y hablando de divorcio y de los gobiernos, pero a Mateluna no le interesaba; agradeció y siguió. Ni me lo nombre, dijo un señor de traje arrugado, me recuerda cuando perdí mi departamento, por la autopista vió, pasaba justo por ahí; ahora vivo a una hora y media del centro. Un chico pulcro y prolijo respondió entusiasmado, claro que sí, el progreso, terminar el colegio, tener un título, un master, idiomas, cursos y ganar mucha plata, y conseguir un auto como ese, señalando un Porsche convertible que veloz dejaba a una pobre vieja haciendo trompos en la esquina. Mateluna se quedó preocupado, necesitaba meditar. Manejó cuatro horas hasta la playa. Unos días lejos del ruido y el smog. Era un día tibio de sol cuando sedado por la cadencia de su ritmo, el mar le alcanzó la respuesta.
“El observador” no duró mucho, tal vez ocho o nueve meses, luego se fundió. Mateluna no volvió a intentar lo del diario, pero tuvo la intuición de que si lo hubiera llamado “El progreso”, a pesar de las opiniones, se hubiese vendido mejor.

jueves, agosto 04, 2005

Tarde o temprano

Soledad lo estaba buscando y su ansiedad crecía. Sus rodillas rebotaban frenéticas debajo de la mesa mientras su inconsciente recorría posibles escapes. Los cigarrillos se amontonaban. Un remolino de olor ráncio y profundo cubría el caserón. Qué hacer, dónde ir, cómo escapar. Se escondió detrás del gran televisor, pero eso no bastaba. Buscó refugio en su nueva y amplia cocina, pero la ansiedad ganó otra vez. Vagó por restaurantes y bares de moda y no era suficiente. Al volante de su BMW partió rumbo a la playa. Si no podía huir al menos olvidar. Consumió éxtasis y agua al ritmo obsesivo de la música para sentirse, al menos un rato, lejos de esa angustia. No podía estar quieto. Se consumía y exprimiendo hasta la última gota sus recursos volvió a escapar. Se endeudó el doble de lo que podía pero tampoco, nada bastaba; estaba cansado. Conoció una mujer y salieron unos días, tal vez semanas y una mañana la vio igual a Soledad; sintió pánico. De algún modo ella conseguía aparecer, siempre, con eso de quedarse con él y que la quisiera y que la escuchara, que un poco de vida juntos y que llegaran, al menos, a un diálogo amistoso. También que parara, que no fuera tan violento. Y el ya estaba exhausto, pero sin ceder. Qué iban a decir, él, justo él, siendo doblegado.
Al final ella lo encontró. Compartieron una piecita en almagro, oscura y sin ventanas, casi vacía. Después lo mató.

oleo: gentileza de Susana Bonet

martes, agosto 02, 2005

Tanto Tanto Ruido


Entraron juntos a un bar. Uno cualquiera de los que hay en Buenos Aires. El, que ya venía con una copita de vino para relajarse, tenía el discurso preparado. Como en cualquier bar la gente hablaba a los gritos para no escucharse, mezclándose con el televisor de fondo. Se sentaron junto a la ventana y pidieron dos cortados. Tenía que ser rápido, pensó, y soltó un ¿Cómo estás?. ¿Qué?, contestó ella, girando levemente la cabeza para apuntar con el oído derecho. Nada. Y siguió, quería decirte que no te quiero más, como novia. La sonrisa de ella creció, ¡que bueno!, a mi me pasa lo mismo; él desconfió pero igual, y que consideremos no estar más juntos, en serio. Totalmente de acuerdo, le respondió, ya con las mejillas rozagantes. ¿Vos que pensás?, lo que vos digas mi amor, sentenció ella. Todo fue muy fácil, y muy extraño; se despidieron a la salida, él aliviado, ella volátil como el amor. Una semana después cortaron la relación amargamente, bélicamente, desdeñosamente, y acumulando toda la energía de su ira ella le estampó una cachetada de resentimiento. Él no entendía nada, para él todo estaba terminado una semana antes y sin embargo...
Con tres dedos todavía marcados y sumido en la reflexión de aquel día, recuerdo que me dijo: tendría que haberselo dicho en una plaza, no en un bar de Buenos Aires.